No sé muy bien de qué o para qué
es el retiro en el que estás…
Pero
sí sé que en su gran mayoría, los retiros son eso. Son “retirarse” por unas
horas, un par de días o incluso un mes de nuestra vida cotidiana, del ruido del
mundo, de la rutina, para encontrar a Dios en el silencio un rato.
Antes de
seguir! Dos cosas. Una: esto va a ser medio sermón. Es algo que me dijo a mí un
cura y me vino bárbaro cuando estaba haciendo un retiro. Dos, va a parecer que
me voy de tema ahora, pero no. Aguante hasta el final.
Entonces.
Los retiros están para hacernos acordar que, como dicen las Escrituras, Dios no
está ni en el huracán ni en la tormenta, sino que está en la brisa suavecita,
que, casi sin darnos cuenta, nos levanta el alma y purifica la mente. ¿Porqué
es importante esto? Porque la humanidad tiende a buscar a Dios a través de una pasión incontrolable, de
un amor que arde y ciega. Creemos, especialmente nosotras las mujeres, justamente por nuestra misma naturaleza femenina, que para amar a Dios tenemos que sentir
un amor en el cuerpo, como el que sentimos por nuestras familias, nuestros
novios, nuestros amigos.
Pero
la verdad es, admitámoslo, que ese
amor no está siempre ahí. A veces no sentimos por Dios un amor apasionado. Ni
siquiera un cariño controlado. A veces lo único que realmente sentimos es…
indiferencia. No encontramos a Dios ni en lo cotidiano, ni en la música, ni en
la gente, ni en nuestra alma. Y suele pasar que, en estos casos, desesperamos.
Si no amamos a Dios, debemos estar haciendo todo mal. Porque ¿no es eso
Dios?¿No es el Amor mismo? Si no tenemos amor, por lo tanto, tampoco tenemos a
Dios, ¿no?
Nop.
Y gracias a Dios negra, porque si esto fuera así más de uno se habría desesperanzado de la peor manera posible.
Es al revés. Una puede amar sólo a través de Dios, pero no necesita de buenas a
primeras amar para ser hija suya. Acordate que, siendo carne caída además de
espíritu caído, nuestros sentimientos son todo menos estables. Necesitan una
raíz fuerte que los mantenga en su lugar. Sigamos la palabra de Dios, que es
Cristo, y lo demás se nos va a dar por añadidura.
Un buen hijo, antes que
nada, obedece. Bajando la cabeza y obedeciendo al Maestro se aprende a amarlo.
Sólo conociendo se puede obedecer, y sólo a través de la obediencia se puede
amar. Entonces podemos decir que el conocimiento es la clave para ser buena
hija de Dios, porque una no puede obedecer y mucho menos amar a Alguien que no
se conoce, y menos que menos cuando esta Persona es tan infinitamente perfecta.
¿Cómo hacemos para conocer a Dios? Uno, a través de Su Creación. Dos, a través
de su Palabra, tanto escrita como la hecha carne, que es Jesús. Tres, hablando
con Él en la oración, buscando oír en el silencio esa brisa suave que nos
cuenta la Biblia.
Y
acá cerramos este círculo interminable. En un retiro, dejamos la convivencia
con el mundo para buscar la convivencia divina, para conocer Su voluntad y
obedecerla, para vivir como nos pide el Autor de la vida misma, y así aprender
eventualmente a amarlo. Para que no busquemos un amor superficial y meloso en
el Rey de Amores y León de Judá.
Acá
ya me vengo poniendo medio poética, medio cura, así que la corto negra. Rezá
por nosotros que estamos afuera, y aprovechá el adentro al máximo, que nosotros
hacemos lo propio por vos.
Septiembre 2015