martes, 28 de febrero de 2017

Temas polémicos: Gastronomía y Ocio.

Vamos a ver si logramos hacer una entrada de este borrador. Hoy anduve haciendo limpieza general y no se dan una idea la cantidad de huevadas que tengo escritas por la mitad. Uno diría que,  siendo capaz de barbotearlas para afuera todo el día, alguna entera me sale anotar. En fin.  

                    Mi familia y yo hemos renunciado a la vida en sociedad a cambio de una dieta basada en ajo, curry, y chimichurris varios. Y a mucha honra. Si no fuera por la cantidad de embutidos y otras yerbas lipídicas, seríamos el sueño de Favaloro. 
                   Claro que no sería posible renunciar íntegramente a la vida en sociedad. De algo hay que vivir. Es por eso y para evitar el repudio social que durante el año tomamos una serie de medidas drásticas. Por lo pronto y con algo de pena, de febrero a diciembre la proporción ajo/resto de los ingredientes se calcula lo más people friendly posible. Por lo no tan pronto y muy alegremente, nos encargamos de inyectar lo más ligero a los valientes que se animen a cruzar el umbral con una dosis de ajo picadito y girasol. Como para anestesiarlos.  
               Pero en enero -¡mes de gloria y libertad!- juntamos los petates, las ristras y el perro, y huimos para el sur. Ahí, cual familia de ocho abuelos de Heidi nos trepamos una montaña, nos atrincheramos y pasamos los días panza arriba, comiendo locro tras locro, cantando de lo lindo y leyendo los mismos veinte libros una y otra vez frente al fueguito. El mes entero.
                Esa es la versión idílica, en realidad. En la versión real, a mi familia el plan tanto no le copa. Primero porque lo de estar tirados panza arriba tanto rato no les va. Segundo porque alguna ensalada cada tanto hay que mechar. Tercero porque las malas lenguas me acusan de cantar a los gritos. Tampoco les va lo de la atrincherada, porque -calumnias y más calumnias- nos ponemos todos un poco intensos si estamos todos encerrados en un mismo lugar. 
                Es así como, no más de una semana después de haber llegado, ya empiezan a huir Dios sabe adónde. Una con el marido a Buenos Aires, la otra a visitar a la suegra, el otro a lo de unos amigos. Uno tras otro, los muy traidores abandonan su puesto junto al fueguito y se van a corretear una vida social. Allá ellos.
                El segundo elemento en este contraste de la versión idílica con la real, es que la Cata que llega al Sur no es la misma que ya estuvo en el Sur un tiempo. En fin. Retroceder nunca, rendirse jamás. Mientras mis hermanos saben decir "ya está bueno" e irse, yo sigo firme como rulo de estatua. Me pegaré el embole de la vida pero me lo pego en el sur, canejo. Tirada panza arriba, de locro en locro, cantando -ahora sí- a los gritos, y leyendo los libros afuera porque el fueguito lo prende Jo que me abandonó. ...Suena a reproche porque es. 
                 Qué se yo. En el fondo, yo también necesito volver a mi rutina. Una vez quitada de encima la mugre del año -porque no es cansancio, es mugre- y dormidas las horas que el cursar a la mañana roba, una se da cuenta que necesita cosas como un horario fijo, ver gente, y ohDiosmíoalgoquehacer!! Igual después llego a Buenos Aires y a la semana quiero salir corriendo. Es lo que hay. 
                 
               Me explayé demasiado en algo que no tenía ni la mitad de importancia que tiene el otro tema que quería traer a colación. Ahora no sé si anexarlo o empezar una entrada nueva, dejarla por la mitad, y publicarla probablemente en junio. 
                  Hm. 


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