lunes, 28 de marzo de 2016

El tango de un pobre diablo

Unos cuantos de ustedes sabrán por experiencia propia lo que ya les conté. En el tren hay una serie de personajes desprovistos de autor que los haga dialogar. Ellos toman, nomás, el vagón por escenario y algún cantito por guión. Con el tiempo, uno llega a ubicar -decir conocer sería un poco pretencioso- a estas personas. Registra, guarda y, porqué no, cataloga sus gestos, sus reacciones. Les toma también un poco de cariño. Si uno tiene mucho tiempo libre y poco sentido de la privacidad (mea culpa) intenta imaginar cómo son sus vidas cuando se bajan en la estación y rumbean para sus casas. No ahondemos mucho más. La cuestión es que termina uno tienéndolos bastante incorporados, y le resulta fácil identificar a alguien nuevo en sus horarios.

Hoy al mediodía, mientras sin ver miraba ensimismada las canas del de adelante (nos pasa a todos), escuché un tarareo de una voz que no conocía. Busco. Junto a la puerta está parado el que vende resaltadores. ¿Habrá pirado y cambiado de oficio entre estación y estación? Pero no, él no es. El cantante pasa al lado mío, empuñando un bastón blanco y arrastrando un poquito los pies. Está vestido de negro y lleva una gorra encasquetada hasta las pestañas. Va cantando bajito, con la mano extendida hacia adelante, pronta a recibir una moneda. 

Me quedo mirándolo. El viejito ciego que canta suele ser otro. Como soy de los que no tienen sentido de la privacidad y sí tiempo, trato de adivinar de dónde viene, cómo llegó, cuántas estaciones viajará con nosotros. 

De repente, lo impensable. 

El señor de los resaltadores lo palmea en la espalda cuando llega a su altura y lo saluda. 

-"Satanás"- estupor general -"¿cómo está, Satanás?"

La lógica me grita que es un apodo. Inoportuno y hasta un poco cruel, pero apodo al fin. A lo sumo, algún nombre puesto, Dios quiera, sin pensar. 
La curiosidad poco práctica se pregunta una serie de cosas. ¿Qué pensó el que lo recibió en el registro civil? ¿Estará pidiendo en el tren porque lo desheredaron los padres, porque se quería cambiar el nombre a Miguel? ¿Qué si alguna vez es nuestro presidente y hay que presentar en las Naciones Unidas al Presidente de la República, el Dr. Satanás? ¿Cómo le decían los amigos cuando era chico? Si la chica que le gustaba le preguntaba el nombre, ¿se lo decía así nomás, sin anestesia? Y si la relación prosperaba, ¿no dudaría la chica cuando le pregunten si toma a Satanás por esposo? ¿Cómo le cantaban el feliz cumpleaños? Si la pidiera, ¿le darían una visa para entrar en Estados Unidos, o se la negarían por temor a un ataque terrorista de tipo metafísico? Se imaginarán los que me conocen la cantidad de preguntas irrelevantes que se me cruzaron por el mate. Los que no, les cuento: muchas.  

Pero esas preguntas son para mañana, porque hoy predomina mi ingenuidad. Y hoy, Lunes de Pascua, decido que, después de ese Triunfo sobre la Muerte, Satanás se quedó sin laburo, y está cantando tangos en la Línea Mitre para costear su derrota. 

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