sábado, 5 de marzo de 2016

Pichón; entre huéspedes y anfitriones

¿Quién no trajo alguna vez, empujado por afanes de héroe y fábula, un pichón o algún animalejo lastimado a casa? ¿Y a quién no le dijeron, con toda la buena intención, que no iba a durar mucho, no sea que nos encariñemos?

Mi hermanita Sofi fue una vuelta a buscar una amiga para jugar y trajo en vez uno de esos pichones.
-Es huerfanito- anunció- estaba tirado en el piso. ¡No se lo robé a nadie!- Por favor. Como si a alguien se le fuera a ocurrir semejante barbaridad de este... angelito.

-Se te va a morir- dijimos los mayores, sin mirar siquiera la bola de plumas que traía entre las manos la benjamina.

-Qué pájaro deforme- sentencia Jorgito. Sofi defiende a su protegido, diciendo que con el tiempo se le va a pasar, que es porque es pichón nomás.

-Eso si llega a ser pájaro, para mí que se muere en una hora- Pedagógico el hombre.

-¿Y qué si no?-

Que sí, que no, que sí. El ping-pong de veterinarios amateurs y peleadores profesionales me fastidia y me interrumpe la laboriosa tarea de mirar al techo desde una cama sin armar. La madre de nosotros seis borregos no está estas dos semanas. Ya que las dos más grandes tampoco están, asumo el rol autoproclamado e inmerecido de hermana mayor.

-Córtenla.

Otra que al pichón, ni me miran y siguen. Que está muy flaco, que yo le voy a dar de comer, que es muy feo, que vos también. Que qué le vas a dar, si vos no sabés nada, que acá hay una lombriz así que pasame la licuadora.
Jamás de los jamases, en esa licuadora me hago yo limonada de menta.

Desisten con lo de la licuadora. A Sofía la dejan más o menos en paz y se van. Inmola el sombrero tejido por mamá para la muñeca y lo usa de "nidito".

Pasa una noche. Me despiertan seis de la mañana Sofía y Agus con unos susurros. Susurros de los roncos que se escucharían del otro lado de una cancha de rugby con los All Blacks haciendo el Haka con micrófono. El pichón de Dios dejó regalitos en la cama de Sofía. Que amaahr.

Mientras almorzamos, Sofi comenta que no logra que su emplumado coma. Y eso que es raro, opina el comité general de protección al ave, las calandrias siempre comen de todo. A la hora de la siesta me asomo curiosa a la caja del pichón, que a todo esto yo, firme en mi rol autonombrado de hermana mayor, no había visto una sola vez.

No era chiste ni prejuicio lo de "pichón feo". En mi vida he visto algo más deforme. El bicho tiene todavía plumón, pero ya despuntan algunas plumas adultas. Patas grandes y flacas, cuerpo chico e informe. Lo peor es la cabeza. Mirando así nomás, se ve el pico característico de un pichón, ancho como el cráneo mismo del animal, casi que retorcido, paliducho y gordo. Asqueroso de feo. Antiestético como mínimo, aberración de la naturaleza si se lo mira con honestidad. No me decido si tiene los ojos abiertos o cerrados, si es ciego de un ojo o si tiene más ojos de los que normalmente se asignarían a una calandria. Mirando de cerca...

-No puede ser- me digo.- Eso no es normal ni para vos, pichón.

Tiene en el lado izquierdo del pico/cabeza, tres globos. son parte suya, me fijé bien. Quería saber si uno era el ojo que no encontraba, quizás está infectado. Pero no, ahí está el ojo. Además, estas cosas tenían plumón encima. Pobre, le comento. Sos feo en serio. Feo y todo, la cosa tiene que comer. Además, es tierno en su fealdad. Me mojo el dedo y trato que abra el pico para meter la gota. El pichón, que hasta entonces no había hecho más que piar y popó, no dice ni mú. Consigo, después de media hora, que tome agua y que coma un poco de pulpa de tomate.

Le cuesta, es evidente. Es una mezcla curiosa entre fortaleza y debilidad. Por un lado, se niega a abrir el pico. Por otro, no puede mover la cabeza cuando yo le fuerzo el pico abierto con una hoja en un intento de hacer que trague el tomate. Lo del agua es mucho más pacífico. Con todo este proceso y contra todo pronóstico, termino yo revisando el animal y sus especie de ampollas, haciéndole mimitos con un dedo y buscando comida para que pique. Me encariñé con el bicho, y paso a ser yo la del "que no pase frío, que coma..."

A la noche, después de que Sofi se haya ido a dormir, lo voy a ver de vuelta. Se ve el lado derecho nomás, pero no si respiraba o no. Roto la caja. Y ahí veo.

De las tres "protuberancias" emplumadas que había, dos siguen iguales. La tercera, la del cuello, había... evolucionado. Está más blanca, sin plumas, gorda y brillante y... ¡Se mueve! El gusano retuerce la mitad visible del cuerpo, mientras la otra mitad sigue dentro del pichón.

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Maureen, ya de vuelta, se hace cargo. Agarra la caja y la da vuelta en el terreno baldío de enfrente. Completamente revuelta y atontada, la sigo yo de atrás. Comento que mañana se lo íbamos a tener que decir a Sofi. Pero las dos sabemos que la enana ya se aburrió, que le importan un bledo pichón y los gusanos que ya había visto, y que la única zapalla que quedó encariñada soy yo, que tuve que abandonar huéspedes y anfitrión en un potrero.

No dejen a los chicos juntar pichones en la calle, es una trampa.

1 comentario:

  1. jajaja, me encanto la reaccion de Maureen. Ni lo dudo, no?
    Pensar que Sofita lo tuvo en la cama....arrrggghhhhh

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