lunes, 21 de marzo de 2016

Las tres contorsiones: el transporte público

En mi caso, es el subte. Los martes, el tren. En el tuyo, quizás ninguno, una combinación de los dos, o algún licuado de colectivo. (Casi) todos -y todas- tenemos esta relación diaria de amor/odio con el transporte público y sus tres contorsiones.

---Primer contorsión, a nivel físico.

Entrar suele ser todo un desafío. Segundos antes de que se abran las puertas, ya se siente, se palpa la tensión. Te sorprendés a vos mismo buscando al más débil para entrar antes. La viejita, el chiquito de primaria, la de las muchas bolsas... Pará, pará. Civilización y barbarie; teóricamente pertenecemos a la primera, no? ...No? Suena el pitido, interrumpiendo la lucha entre el instinto y lo que fuera que te impide sucumbir a tus arranques psicóticos. Se bajan los pasajeros. A la voz de aura nos subimos a los ponchazos, pero civilmente por favor. A no darle razones al padre del aula para que nos tache a todos de gauchos brutos y nos haga regar la tierra. Es hora pico, no hay más lugar, argumentarían algunos. Los que sucumbieron (imos) al brote psicótico responderían con una risa febril. Lo hay, lo hay. Caderazo va, empujoncito viene; de repente somos todos amigos cariñosos y contorsionistas. El brazo ahí, la pierna un poco más allá, la cara en la nuca de algún señor con mucho calor. Y si te arrepentiste, y querés esperar al próximo, pues... pues qué pena. Ya arrancamos, así que tendrás que ir así nomás, con el centro de gravedad en dudosa correlación con tus dimensiones. Arranca. Usás músculos que no sabías que tenías para contrarrestar los suaves, suavísimos vaivenes de la lata donde te ensardinaron. Te agarrarías de algo, pero eso no es un privilegio concedido a las sardinas. No a las del medio, por lo menos. 

---Segunda contorsión, a nivel espiritual.

Si, ya sé. Lo intelectual debería venir antes. Pero los cánones de la filosofía no se aplican a tu estado de sardina en blazer.

Una vez que por lo menos uno de tus pies halló una estabilidad relativa, se te empieza a estrunjuñar el alma. Ya los habías visto antes de subirte, pero estabas demasiado ocupado controlando tu brote psicótico como para realmente fijarte en ellos. Son la madre con los tres bebes que piden pañales, el hombre con la pierna infectada que no tiene trabajo, la viejita ciega que te canta para pagar sus remedios. Quizás las historias que cuentan no son verdad. No estás en posición de juzgarlos. Tampoco estás en posición de buscar la billetera en la mochila, la verdad que está imposible. Y si no lo fuera, no podés darle algo a todos. Son demasiados. A lo mejor, una oración por ellos, por sus familias. pero no siempre nos acordamos...

---Tercera contorsión, a nivel intelectual. 

En un esfuerzo sobrehumano por darle un fin más útil a ese tiempo que pasás en tercera posición de ballet, te llevás los apuntes de la clase, algún libro, el diario. O la mente en blanco. Lo que fuera, se te complicó el minuto en el que se subió el viajero del pasado. El pobre nunca conoció los auriculares. No pudiendo sobrevivir un minuto sin algo que le ocupe las ondas sonoras, nos aplica a todos lo que sea que le guste escuchar. No suele ser Beethoven. Te arrepentís de haberle dado esos pesos al último estrujador de almas que pasó, en una de esas le habrías comprado al señor este unos auriculares de esos que te están vendiendo a voz en cuello por veinte, treinta pesos, vean qué calidad señores. Omm... Volvamos al texto, volvamos al texto... Pasado un rato te resignás. Después de todo, procesar cualquier cosa al mismo tiempo que un solo tambor siempre se hizo cuesta arriba. Ni te cuento si no es un solo tambor, sino toda la murga. Dejás el cuaderno -o, si sos una sardina testaruda, dejás a Kant o a Aquino- y te concentrás en la gente. Tratás de adivinar de dónde vienen, a dónde van. El señor ese seguro seguro trabaja en un banco. Ese de allá tiene pinta de abogado. Ella debe estar estudiando... psicología? Uy, che. La viejita de al lado, la misma que al principio casi fue víctima de tu tan temido brote, no tiene lugar para sentarse. El reservado a jubilados lo ocupa el de la murga ambulante, o alguna que no tiene tiempo para mirar para arriba, porque claramente hay que mirar el celular y sólo el celular. Los dos miran para abajo o se hacen los dormidos- bah, quizás duermen de verdad; la tercera posición nunca fue una desde la cual uno puede juzgar- cuando la señora amaga a sugerir un cambio de lugar. 

Pero ya casi estamos. La próxima es la tuya y te tenés que apurar a llegar cerca de la puerta, porque es una historia más o menos parecida al salir.      

2016

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